La pantallita del móvil me decía
que eran las ocho y media de la mañana y que quien llamaba era Joshemari
Larrañaga.
––Buenos días…
––Oñera, buenos días. ¿No te
habré despertado?
––¡Qué va! Estoy saliendo del hotel, a ver si dibujo
algo…
––Espérame, que un minuto estoy
ahí.
Cuando llegó me pilló con una
farola a medias en el cuaderno y, como ya habréis adivinado, me regaló esa
acuarela que encabeza este post. ¡Casi nada!
Imagínate, yo feliz como una perdiz con ese papel coloreado por el
maestro en la mano, cuando va y saca de la manga esta pipa realizada en raíz de
brezo.
Sin dejarme reaccionar me entrega
esta otra, a la par que me informa que perteneció a un artesano mallorquín que
fabricaba y fumaba sus propias pipas. ¡Un ejemplar único!
Luego, como por arte de magia,
una nueva pipa pasó de sus manos a las mías. Un pájaro de cerámica con larga cola plateada. ¡Preciosa!
Y no acabó ahí la cosa, porque esta
otra maravilla completó el lote. Cazoleta de arcilla negra y boquilla de plata repujada.
Después, como si tal cosa, nos
fuimos juntos a dibujar las Casas Colgadas. Sentados en un banco con nuestros
cuadernos, rodeados de esa tranquilidad que envuelve las ciudades a primera
hora de la mañana los días que casi nadie trabaja. A ver si hay suerte y se me pegó
algo. Aunque no sé…
Gracias infinitas, Joshemari. Por
todo lo relatado, por los momentos compartidos y por brindarme tu amistad. Personas
como tú se encuentran pocas por ahí, amigo.
Lo que ocurrió cuando llegué a
casa es inenarrable. A mí se me puso un nudo marinero en la garganta y de los
ojos de mi mujer comenzaron a brotar lagrimones tales que aquella tarde en
Gijón se dispararon los niveles de humedad relativa en el aire. Y no es para
menos ya que, en cuanto abrí la maleta, el pájaro de larga cola voló en busca
de su polluelo…
Y la pipa de arcilla negra, esa
con la boquilla repujada, por fin se reencontró con su retoño, al que hacía
tantos años que no veía.